Un Registro de Elvaster

Sorbía Enar la infusión de elessya que había preparado Korna, cuando su corazón se aceleró al escuchar el episodio de vida que Elvaster estaba compartiendo con todas ellas. Parecía que su emoción se estaba desbordando, y no era para menos. La narración de aquel registro de antaño, había causado una profunda herida en el corazón de la maestra.

—Cuando el Capataz Benin acudió a mí, me sentí útil por primera vez en mucho tiempo, siempre creí que aquello que mejor sabía hacer, era absurdo si nadie sacaba provecho de ello. Mi gran deseo era contribuir, en lo que fuera posible, en las mejoras sociales. Me dediqué en cuerpo y alma a establecer contacto humano, cuando el dolor, más tristeza infringía. Sobre todo, cuando se trataba de pasar un duelo, por la pérdida de un ser querido. Nunca supe cómo, pero me era muy fácil comunicarme con el otro lado, como muchos llamaban al más allá. Si me acercaba a una mujer que había perdido a su marido, podía hablarle de todo aquello que se quedaron por decir. Nunca supe de dónde sacaba esa información, pero lo cierto era que, si me permitía fluir, acababa estableciendo una profunda conversación entre ambos mundos. Este hecho me causaba mucha inseguridad, pues había muchos que me preguntaban cosas para hacerme errar, mintiendo o burlándose para ridiculizarme. En ocasiones sufrí mucha incomprensión y en otras, mucho valor.

  • Cuando era pequeña — intervino Halimar — mi madre me hablaba de que en una época la clarividencia y todo tipo de percepción extrasensorial fue ridiculizada por el hombre y que fueron muchas, pero que muchas las mujeres que cerraron sus canales a su intuición, para no ser juzgadas.
  • Así es — asintió Elvaster.
  • Hablabas del Capataz Benin — dijo esta vez Marier — ¿quién era?
  • Pues se trataba de un oriundo del Pueblo Lacester, que había sido destinado a las inmediaciones de Beliam, tras que Canaán fuera invadida por los jinetes. En realidad, era un policía de la ley impuesta por la casta balakiana. Su misión era que todos cumpliéramos las normas que Aprium había instaurado, y si detectaba quien las infringía, detenerlo y juzgarlo. Fueron tiempos muy extremos en los que cada uno intentó hacer lo que pudo para sobrevivir en un mundo en el que se estaban anulando los misterios de uno de los hemisferios. Una barbaridad que Balak creó y que creyó llevar a término. Está claro que fracasó. Hoy aquí estamos, vivas, hablando de ello. Más vivas que nunca.
  • ¡Horrible! Parece que no pudiera ser. La Abuela Virtudes, también estaba muy dolida, tanto que siempre se refería a esa época como la era del diablo — aprovechó para comentar Enar.
  • Alguien le dijo a Benin que a mí me llamaban el oráculo, porque con un simple espejo, veía donde otros no podían. También decían que era capaz de traer mensajes del más allá, que podían ayudar en decisiones del gobierno, con el fin de no malgastar economía y esfuerzos en la lucha contra los adversarios, contando con una visión anticipada.

Se personó en mi casa. Fue duro y contundente, siquiera me dejó espacio para decidir si quería o no participar. Me sujetó por un brazo y me arrastró hasta el carro con el que había llegado. Me obligó a subir y sin darme explicaciones de adonde nos dirigíamos, me secuestró. No pude avisar a nadie. No pude coger ninguna de mis pertenencias. Fue cuando pensé que cuando acabara el interrogatorio me dejarían volver a casa, no fue así. ¡Qué ingenua! no regresé hasta pasados seis años.

  • ¿Seis años…? – exclamó asombrada Hermisa.
  • Si, seis largos e intensos años de clara esclavitud al poder de Ömusen.
  • ¿Qué ocurrió? ¿A qué te obligaron…? — preguntó Enar muy afectada, sin dejar de palpitar agitadamente.
  • Canaán estaba en guerra… el fuego asolaba las casas, sin importarles si había alguien dentro. Sólo se escuchaban alaridos y llantos, que se iban apagando de repente o a veces muy poco a poco. Olía a sangre y carne, era horrible.

Elvaster se detuvo para respirar y para recomponerse, hacía mucho de aquello, pero era evidente que había quedado grabado en su alma. Aquel registro la devastaba por dentro, aun así, sabía que tenía que continuar, era importante transmitirles a todas, su experiencia, si había surgido, había una razón oculta por la que estaba aflorando aquel relato.

  • Me saltaré detalles de lo que podía verse y sentirse en aquellos días, aunque os lo podéis imaginar. Llevaba ya unos meses secuestrada, cuando el Capataz Benin, acudió a mi celda y me arrastró por un pasillo largo y angosto, a media noche. No tenía idea de adonde me llevaba. Era tanta la escasez de nada, que puedo asegurar que no tenía miedo. La muerte era mucho mejor que continuar viviendo aquello.
  • ¡Mujer! me gritó un enorme soldado zarandeándome para que entrara a la fuerza en una habitación espera aquí. No te muevas, no se te ocurra mirar al señor a los ojos, déjale hablar, responde de forma clara y concisa. No le engañes, ni siquiera lo intentes. Desde hoy vas a ser su oráculo. Vas a ayudarle con su estrategia de ataque. Vas a colaborar en todo lo que te pida. Confía en los dioses, él sabe que tú hablas con ellos.
  • Pero no es cierto – intenté protestar yo no hablo con ningún dios, yo solamente… — me dio tal golpe en la cara que no pude continuar. Mi nariz sangraba tanto que tuve que agachar la cabeza para no ahogarme con la sangre.

El soldado burdo y enfadado con todo, salió de la habitación sin más. Hubiera deseado que la muerte se me hubiera llevado, antes que vivir aquella incertidumbre y el calvario que sospechaba que iba a vivir, si ese señor había decidido dejarse aconsejar por lo que el Kai Heka le quería decir a través de mí.

  • ¡Uf! ¿Cómo es posible algo así…? ¿Quién era ese señor…? — preguntó con mucha curiosidad Marier.
  • Se trataba de Aróntides, un cruel hombre, llamado por la ambición de poder, cuyas pretensiones no tenían fin. Como él mismo muy bien decía: “Llegaré a beber la propia sangre de dios, para convertirme en él”. Cuando quería infringir miedo, cogía a la primera persona que pasara cerca y sin más, ante los presentes y para decirte que eran verdaderas sus amenazas, les cortaba el cuello. Esta secuencia la sufrí reiteradamente, durante mi encerramiento, mientras me llevaba con él a todas sus batallas. Me instaló en la tienda más cercana a la suya, para recurrir a mí, cada vez que algo le asustaba o le hacía perder el control sobre la batalla. Fue un calvario. Algo muy difícil de asumir. Era la única mujer entre aquella marea de hombres, imberbes, sometidos a los deseos de lucha de Aróntides, quién les prometía las mujeres de las tierras conquistadas. Y así era, las que sobrevivían después de que hubieran acabado con sus familias, se convertían en esclavas de los soldados, hasta que estos se cansaban y las mataban o las dejaban inválidas para que murieran desangradas poco a poco, y así ellas, no pudieran vengarse. Siempre les percibí un trasfondo de miedo, hacia las mujeres de esos otros pueblos sometidos, era como si tuvieran miedo a sus capacidades ocultas. Se decía que aquellas que se libraban y conseguían esconderse en los bosques, hacían brujería, que era dirigida contra los invasores. Se rumoreaba que…

Elvaster, se detuvo, miró a Maat y decidió continuar con lo que iba a decir, no sin antes sujetar de la mano a la mujer, que como la maestra había descubierto, era una descendiente de Arsinoe:

—Se rumoreaba que en los alrededores de Arsia, un grupo de niños y algunas mujeres, fueron recogidos por los druidas de la zona del Bosque de Olán. Aquella gran noticia me dio fuerza para continuar. Tenía muy claro que, si los druidas estaban interviniendo en nuestro favor, pese a que la desgracia fuera enorme, no iba a ser una devastación. Asumí ese flujo de fuerza en mí, y decidí que Aróntides no iba a conseguir su propósito. Medité mucho, día tras día, buscando sus puntos débiles, tanteándole, observando qué lo debilitaba y qué lo hacía fuerte. Decidí jugármela y me encomendé a Tiamat, para que dirigiera mis actos a partir de aquel día en el que decidí no acobardarme más ante al balakiano.

—¡Fuiste muy valiente maestra! — observó Marier con los ojos invadidos por las lágrimas, habiéndose puesto en el lugar de aquella mujer.

  • Creo que hice lo que tenía que hacer. Todos los días, antes de enviar a sus hombres me pedía un mensaje. Entraba sin avisar, cuando escuchaba sus zancadas, yo ya había realizado mis rituales matutinos y tenía preparado lo que tenía que decirle.
  • ¡Oráculo! me gritaba habla para este poderoso hombre, en nombre de ese dios innombrable y dime qué nos puede ayudar en el día de hoy. Vamos, habla me increpaba, mientras evitaba mirarme directamente a los ojos por pánico a que yo sí le mirara.

Ahí descubrí que no osaba una mirada de frente y que sus miedos siempre eran a lo que no podía controlar y aquello que habitaba en mí, era incontrolable por él y eso lo hacía pequeño ante mi mirada, fija, limpia y segura. Hice una breve reverencia, inclinando la cabeza en señal de respeto y sin dudarlo alcé la mirada buscando sus ojos, al encontrarlos le dije:

  • Hoy el firmamento tiene algo imprevisible para usted y sus soldados. Hoy el cielo habla de ojos aniñados y pies de inválidos y de vómitos por venenos de hechiceras. Hoy el augurio no es bueno. Hoy lo mejor es quedarse en puerto y esperar a mañana.

Era la primera vez que le entregaba un mensaje tan claro y contundente, creíble, como si el espejo lo hubiera reflejado, cuando en realidad fue un invento para poner a prueba sus miedos. Le creé una poderosa duda, dentro de una probabilidad muy pequeña, pero muy posible. Su mirada se cruzó con la mía, fue un instante, pero el suficiente como para sentir su temblor. Por conversaciones de los guardias, sabía que los militares querían apoderarse del Distrito de Beliam. Tenía muy claro que para llegar desde donde nos encontrábamos a Beliam, tenían que dirigirse hacia las inmediaciones de Salerm, por lo tanto, iban a cruzar el Río Orontes, en el Puente de los Cuatro Niños, inevitablemente se acercarían al hospicio de huérfanos y enfermos, que gestionaban las Sacerdotisas de Hathor. Algo me dijo que Aróntides desconocía la existencia de este hospicio y que cuando viera a niños deformes, enfermos que babean, era probable que confundiera a las sacerdotisas con hechiceras que hacían experimentos con los pequeños. Mi clara intención era infundirle miedo y ver cómo reaccionaría ante un enemigo tan poco controlable. Lo fácil para aquel asesino, era apoderarse de las mujeres y niños por la fuerza y matar uno a uno a cada hombre que se cruzara en su camino, sin siquiera permitirle defenderse, lo que dejaba claro que aquel invasor era un pretencioso cobarde.

¡Niños! ¡Pies inválidos! ¡Vómitos! ¡Hechiceras! ¿De qué hablas? ¿Acaso crees que esa estupidez detendrá el ataque previsto para hoy? gritó, solamente para que sus soldados de guardia tuvieran claro que ni yo, ni mis mensajes eran más poderosos que él —. Esta noche a nuestro regreso, te traeré un bonito regalo, qué prefieres que sea niño o niña — se alejó carcajeándose estruendosamente, imaginándose mi cara cuando me entregara el trofeo.

Mantuve la cabeza alta, que solamente agaché para repetir la reverencia. Cuando supe que había salido de la tienda de campaña me acerqué a mirarlo por la rendija de la puerta, vi como los guardias se reían con él y uno de ellos le sugería que acabara conmigo de una vez.

  • Esa mujer nos está comenzando a marear, lo mejor sería acabar con ella lo antes posible. Déjemelo a mí.

Aróntides, se miró al soldado y le dijo: Hazlo, que sea esta madrugada, déjala atada boca abajo en el tronco de un árbol, quiero que la devoren poco a poco ordenó, mientras continuaba riendo y diciendo: ¡Niños! ¡Pies inválidos! ¡Vómitos! ¡Hechiceras!

Observé como el cielo me informaba con esa oscuridad característica de las noches de luna nueva, de que algo estaba a punto de suceder. Oré, para que la fuerza del mensaje del presunto oráculo, fuera lo suficientemente poderosa como para hacer desistir en su incursión a aquel ejército despiadado. Posiblemente, al comprobar cómo el oráculo le había avisado del peligro que encontraría en el camino, Aróntides retrocedería y elegiría dirigirse en otra dirección, abandonando la idea de invadir Beliam. La probabilidad de que el Distrito de Beliam quedara impune a la invasión balakiana, estaba en el propio destino.

  • ¿Qué ocurrió? Estamos en ascuas.
  • En otro momento os acabaré la historia, pero os adelanto que las sacerdotisas y los sacerdotes de los templos de Beliam, fueron los verdaderos héroes de este episodio.
  • ¿Acabaste devorada? – preguntó la interrogante Marier.

Elvaster esbozó una triste mueca de fastidio, suspiró, se levantó y marchó sin decir palabra.

Al poco regresó con el Kai Heka en sus manos, lo mostró a todas y sin más comentó:

  • El oráculo me advirtió desde el principio cual sería mi destino ante el balakiano, me dio la oportunidad de abandonar, de ser liberada y no tener que pasar por aquello, aun conociendo mi final, acepté, sabía que ese sacrificio salvaría a muchas personas de ese poder. Mi alma está limpia, conforme con lo que ocurrió, fui protegida ante el dolor extremo del cuerpo físico. Eso fue lo que ocurrió.

©Joanna Escuder

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