
El Sicomoro
A través de un eventual y precioso sicomoro de amplia sombra proyectada en forma de múltiples brazos, deseosos de abrazar y de ser abrazados, irrumpieron en el silencio de aquella plenialba, recóndita del universo. Aquel representaba el hogar de encuentro, de las hermanas. Se trataba de la cumbre en la que depositaban todas y cada una de sus esperanzas. El increíble lugar en el que trazaban todos sus anhelos.
Cuando Naret fue en busca de su hermana Isset, hacía más de tres edades que no se habían visto. Todo ello era debido a que, en algunos casos, eran requeridas para procesos en los que sus respectivas esencias, tenían una misión muy concreta que aportar al plan. Para ello, adoptaban el cuerpo que iba a ser su vehículo y tras ello, se despedían hasta el siguiente encuentro. Cabe añadir que el mentor de las hermanas, siempre las acompañaba, hasta el preciso instante en el que penetraban en la dimensión de manifestación, donde eran reclamadas. Todo siempre estaba vinculado al plan global, ese que se tejía a través de la paz más inmensa imaginable.
Cuando alcanzó El Sicomoro, sintió como el universo al completo palpitaba, sabía que, a su regreso, se produciría un evento tan enigmático e inquietante, que dejaría al cosmos perplejo. Tardarían todavía algunas andaduras, para que se completara el proceso, aquel que comenzaron hacía ya tanto tiempo, tanto que no eran siquiera capaces de ponerle un número, pues éste se perdería en la historia de sus vidas.
Agotada por lo exprimido en aquella experiencia de vida, Naret, por fin alcanzó El Sicomoro. Al hacerlo pudo encontrarse con Isset, fue emocionante, también, un duro instante en el que ambas volcaron todos sus sentimientos. Lo vivieron con la intensidad que las caracterizaba.
Isset, estaba acuclillada, agotada por el tiempo, exhausta. Tras El Sicomoro, su hermana pudo apreciar los ropajes que acababa de abandonar. Su corazón se aceleró, presagió que no había sido una experiencia agradable, la manifestación de vida que le había tocado amparar. De ahí que Naret se sintiera constantemente enfermar.
Con sumo cuidado, en silencio y expandiendo infinitas nubes de aliento sagrado, ayudó a Isset a tumbarse sobre el suelo y colocándose a la altura de su cabeza, comenzó a acariciarla con todo su amor y delicadeza. Era entonces cuando Isset, se brindaba con total confianza y le permitía a Naret liberar los burdos confines que acababa de dejar. Entre ambas se sostenía un pacto por el que se ayudaban mutuamente, cada vez que lo necesitaban, pues en muchos casos, la experiencia conducía al agotamiento, por la dificultad de expresar eso tan sagrado que encerraban en sí. Las máscaras que eran creadas y que ocultaban al ser, en muchas ocasiones llegaban a ser tan densas y burdas, que causaba serias dificultades recuperar quien uno es.
El sombraje del Sicomoro, aliviaba el fuego que con ellas traían, suaves soplos de viento, liberaban los restos de los pensamientos que quedaban y que no tenían puerto en aquel lugar en el que se encontraban.
Finalmente, Isset, se incorporó y tras ello, fue capaz de expresar su más mágica sonrisa, esa que la identificaba, pese a haber sido ocultada.
Una vez completa de sí misma, Naret se sintió sanar.
Se volvieron a abrazar, esta vez, podían reconocerse a la perfección. Sintieron el agradecimiento, por ser hermanas, por compartir sus vidas, porque se lo entregaban todo. Esa era la forma de expresar lo que sentían. Había sido muy duro llegar a ese nivel, habían luchado mucho, habían renunciado infinitas veces a ellas mismas, se habían reído, llorado, resignado y reprimido, también se habían sublevado, indignado y dejado invadir por la rebeldía, pero siempre habían buscado ser leales a sí mismas, con sus defectos y virtudes. Pero de lo que jamás se olvidaron, era de su vínculo. Eso hacía que cuando la desesperanza las abatía, se encontraran para darse apoyo y consuelo, y así poder seguir.
Isset, todavía con ganas de ser acunada para no quedar atrapada su alma por el dolor, miraba a Naret, al tiempo que ésta le correspondía con ese sentimiento que entre ambas sostenían. En ese lugar — con el ser a flor de piel — podía descifrarse aquello que anhelaban sus corazones. La mentora de ambas, muy bien les había enseñado, como hilando el tejido, se consigue acabar el cuadro.
Finalmente, Isset, quiso confesar algo.
—Estoy muy preocupada por el enigmático señor — compartió, terriblemente asolada por aquel sentimiento de temor. Recordándole a Naret el mismo instante en el que la mentora se enamoró de él.
—¿Qué ocurre…? ¿En qué se basa tú preocupación…? — le requirió Naret en un intento de que volcara su preocupación para poder elevarla a un sentir mayor.
—Se trata de la espada.
—¿La espada…? ¿A qué te refieres…?
—Me refiero a esa arma que será traducida en sus manos, para ser blandida sólo cuando la vida le permita expresarse y eso puede significar que las heridas van a ser desastrosas y que, si no consigue hacerse con la espada, todo habrá muerto sin remedio.
—Sabemos que la espada será revelada por el mismo hijo del herrero. ¿Está en tu temor, el que el enigmático señor ignore su propia misión…?
—Si, lo está. Una vez que se concrete su objetivo, será el momento de atravesar todas las capas que le ocultaban, una a una, sin condición, rasgándose los ropajes, dejando su alma abierta y a expensas de la visión ajena, la misma que decidirá si lo acoge o lo rechaza. Así ocurrirá con cada proceso y con cada capa de la que se deshaga. Todo finalizará, cuando tras la oportuna desvelación, él, se reconozca a sí mismo como el portador de tal poder. Si se identifica, se siente y se sostiene sin ápice de duda, habrá alcanzado el propósito.
Naret, sintió como si un caudaloso río de variada e inhóspita emoción la sublevara, entonces tal y como sintió, ella misma recordó donde estaba. Recordó al hacedor, de cómo en su día, también le habló de ese mismo temor. El sentir de su hermana, provocaría que todo se moviera en busca de una ordenación que contemplara aquella probabilidad y la dotara de solución. Así, en el instante preciso, en caso de que la probabilidad se convirtiera en una evidencia, se tendrían las herramientas que dotarían de confianza a las esencias para que pudieran reparar esas desviaciones de los planes y el portador de la espada fuera una realidad consciente.
Con auténtica inmortalidad, se entregaron al sueño. El objetivo de ambas hermanas era explorar en la pausa que con tanto esfuerzo se habían ganado.
Y ahí, en esa pausa lo encontraron.
El mentor, las estaba esperando.
Quien se conocía como El Señor de las Órbitas, las estrechó con fuerza, como si fueran sus propias hijas.
—Bienvenidas. Adelante —las invitó a pasar.
©Joanna Escuder

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