Ikarom y el Tiempo

Estaba el Rey de Reyes, elucubrando sobre el paraíso de su reino, el llamado reino de Kolbrig. Según él podía ver, se trataba de un lugar de múltiples y diversos colores de los que poder disfrutar, pero que perdía el sentido si en ese hermoso territorio no se fraguaba vida. Vida que aportara a lo más complejo, lo sencillo, y a lo sencillo el reflejo de su complejidad.

Cuando finalmente la existencia comenzó a fluir por Kolbrig, algo realmente curioso, ocurrió.

Sólo en sus sueños, aparecía una curiosa fémina, que insistía una y otra vez, en que la riqueza estaba aún por ver.

Ikarom, no comprendía muy bien el mensaje de aquella mujer. Sintió que, en ningún instante del día, debería obviar el que ella insistentemente deseaba hacerle llegar. Ikarom, contempló con ansia Kolbrig, donde había de todo, pero a un tiempo, no había de nada, pues cada cosa que con su belleza llenaba un espacio vacío, perdía el brillo si por ella, no fluía la fuente que le daba sentido.

Fue ese día de pura recapacitación, el mismo en el que advirtió que Kolbrig se ajaba. La existencia, continuaba su camino, pero lo hacía dentro del caos y sin ningún sentido. Todo ello alertó enormemente al Rey de Reyes, quien observaba que la vida que allí transcurría, no tenía una dirección. Presumiblemente, el caos se apoderaría de su reino, y todo, absolutamente desaparecería, sin solución.

Un buen día, mirando a los ojos al astro sol, supo que, si no intervenía, una gran hecatombe, se proyectaría en la galaxia, y aquello no tendría perdón. Ninguna creación estaba hecha para ser destruida, sino para ser cada día un reflejo mayor de su propio reflejo y condición, y eso, el Rey de Reyes lo sabía.

Cuando miraba hacia un lado, observaba a unos seres, cuyo idéntico comportamiento, los llevaba a quedarse anclados y a no querer conocer que existían otras formas de proceder. Cuando miraba hacia el otro lado, otro grupo de seres, totalmente diferentes a los anteriores, alcanzaban idéntico grado de ignorancia. Cada gueto que ostentaba un origen en su galaxia, traía consigo una naturaleza muy bien diferenciada, de forma que, ante un acontecimiento, cada cual actuaba según su origen y procedencia. Esta circunstancia provocaba un gran aislamiento y una serie de condicionamientos, que en nada beneficiaban ni a los orígenes ni al propio reino. Tan enquistado estaba todo movimiento y toda relevancia de cada origen cósmico, que nada en Kolbrig se alimentaba de nada que lo llevara a descubrir algo nuevo. El principal alimento que los nutría para crecer y madurar, estaba aniquilado por la mayor parte de los seres humanos. Los Lacester, se habían apoderado de los Nakhan, hundiéndolos bajo el Atkhio, en las profundidades de aquellas aguas de sal. El femenino divino, había desaparecido de la faz de Kolbrig. Tiamat, no tenía espacio en el que habitar. Ikarom lloró, no tenía previsto que algo semejante pudiera llegar a suceder.

En sus sueños ella continuaba apareciendo, una y otra vez, sonriente y llena de vida. Tenía que hacer algo.

Fue entonces cuando el sol, le pidió a Ikarom que no temiera, que Tiamat no era un sueño, era una realidad. Cuando cerró los ojos para visualizarla y comunicarle que había comprendido su mensaje, un estallido hizo brillar al cosmos, sin que nadie supiera muy bien porqué. A partir de aquel instante en el que ambos pudieron comunicarse, del mismo centro de la galaxia, brotó sin principio ni fin, un inmenso manantial de agua, que, como un torrente, inundó a todo aquel ser que pudiera vibrar con el sentimiento que estaba resonando por todo el imperio.

Pasado el tiempo, emocionado con el encuentro, Tiamat volvió a hacer aparición. Su preciosa sonrisa fue lo primero que vio. Esta vez fue para decirle que, en su seno, albergaba una nueva vida. Ikarom, quedó perplejo. No se lo podía creer. La intensidad de su amor, había hecho su efecto. Así, la mujer continuó diciendo:

                                   … la finalidad de nuestro universo es la de acoger en nuestro reino el amor y la sabiduría, culmen de la unión que hemos creado, para que nuestra descendencia pueda gozar del fruto de esta alianza. Estaremos representados en cada uno de los hemisferios, nadie podrá vivir sin el hemisferio contrario, el aprendizaje individual que estallará en luz, será el de evolucionar cada aspecto diferenciado, en uno cohesionado. La luz, se experimentará, cuando toda vida sin excepción, alcance la mayor forma de expresión en su propia libertad e individualidad. Cuando esa consecución, que no permita un ápice de duda o condición, se genere, nuestro espíritu se convertirá en uno…

Ikarom, prendado de amor por aquella declaración de intenciones, que traía a su vida un sentimiento difícil de explicar, también quiso intervenir:

… La forma de amar que contigo he descubierto, no tiene ni principio ni fin, ahora sé que estoy en lo cierto, que todo aquello que tú me brindas a mí, es lo único que me da un sentido para vivir y es por ello, por lo que yo, me brindo a tus deseos, a todo aquello que nutre nuestro reino. Nuestra descendencia, volcará en Kolbrig todo lo que tú y yo sabemos, para que, a través de lo mejor y más elevado de ambos, consigan experimentar la completitud…

Ella, una vez más sonrió, esta vez sin decir nada, segura de que Ikarom, viviría y moriría por el bien mayor y que un día en los albores de la historia, se escribiría su intensa, larga y dura, historia de su amor.

En Kolbrig la vida continuaba su proceso de manifestación, no ajenos, a que algo muy grande había ocurrido que les había traído a todos un estado mayor de conciencia. Algo que no sabían cómo traducir, pues se trataba de un profundo sentimiento que les hacía saber que la vida estaba todavía por descubrir.

En la gran mayoría de orígenes cósmicos, se celebró aquel regalo que supusieron, les había otorgado el rey del reino. Todos los habitantes de Kolbrig, coincidían al opinar que se trataba de un sentimiento que nunca antes habían conocido. Algo que, al describirlo, les hacía a todos sentir, que estaban donde tenían que estar.

Pero como no siempre todo es igual para todos, hubo quien se reveló ante el amor que el rey le brindara a aquella desconocida mujer de sus sueños. Algunos insistían en que, si habían podido antes estar sin ella, no tenía sentido que ahora la acogieran. El rechazo a la reina, fue algo tan duro de aceptar para Ikarom, que a punto estuvo de abdicar.

Algunos decían no comprender aquello que los había vuelto frágiles y serviles y a otros, humildes e incluso tristes. Todo se debió a la interpretación que cada uno le dio a aquella novedosa condición. El hemisferio de lo intangible, del caos y donde habita la vida transpersonal, se había activado, provocando el claro rechazo. El territorio Nakhan era ignorado, invadido, vilipendiado, violado y atropellado, sin ningún tipo de compasión. El cosmos al completo entró en caos, unos orígenes se posicionaron a favor, otros en contra, otros intentado encontrar un lugar para la negociación.

Para una gran parte de orígenes, la fuente de la feminidad era lo que completaría la vida polar en la que se vivía. De ahí dicen muchos que surgió la idea de alcanzar el paraíso. Para otros, el paraíso no era más que un lugar utópico e idílico, en el que vivir extrañas fantasías que jamás se iban a cumplir. En definitiva, había opiniones para todo. Fue ese el instante en el que el reino entró en grave crisis. Tanto fue así, que una enorme brecha dividió a lo que antes era una única conciencia.

Ikarom, alertado por el giro que había dado la vida en Kolbrig, sin dudarlo, elaboró un estricto mandato, en el cual les brindaba a todos, un planeta en el que aprender de la convivencia. Ese planeta, sería capaz de albergar, la mayor expresión de la diversidad de orígenes cósmicos.

Los habitantes de los diferentes orígenes a los que llegó en primera instancia el mandato, celebraron el evento. Por fin, podrían conocer otras realidades y aprender de sus propias capacidades. Era una gran aventura, llena de incertidumbre. Para muchos una locura. Ningún origen conocía a otro. Así aparecieron las grandes dudas. ¿Y si no nos aceptamos…? ¿Y si no conseguimos respetarnos…? ¿Y si nos atrae más lo del otro y acabamos odiando lo nuestro…? ¿Y si nos olvidamos de quienes somos…?

Y así, muchas más dudas, que se expandieron por doquier.

Mientras ocurría todo esto en los diferentes niveles de conciencia, un hermoso planeta se iba gestando en la vía láctea. Tiamat se encargó en persona de facilitarle al rey la más sagrada esencia de su ser, para que tanto el planeta, como toda la vida que naciera, creciera y evolucionara en él, pudiera alcanzar la finalidad del plan. Aia — que así se llamaba el planeta — después de miles de millones de años, había conseguido erigirse en el cosmos como un lugar habitable para los seres humanos. Esa nueva raza de seres, iba a protagonizar, la historia más espectacular, que nunca antes en ningún lugar se consiguiera. Por primera vez, todos los orígenes se iban a encontrar y se iban a poder conocer y expresar. Ikarom, estaba emocionado y Tiamat no podía evitar sentir con toda claridad, que la verdad se iba por fin a poder revelar.

Lo que no sabía Ikarom, era que una gran rebelión se estaba produciendo. En cada origen afectado por el plan, un número de entidades, difícil de precisar, estaba con sus pensamientos argumentando la incomodidad que les producía aquella experiencia.

Lo peor, estaba aún por llegar. Lo que menos era de imaginar, era que al encontrarse todas estas entidades albergando un mismo lugar, no iban a aprender a convivir, a comprenderse y a amarse, sino que se iban a unir para desterrar del reino para siempre a esa esencia femenina que los hacía sentir frágiles, débiles y aniquilados como lo que eran.

La encarnación en el planeta Aia, fue progresiva. Durante años, se pudo constatar que algunas razas, cuyos orígenes se desconocen, no fueron capaces de sobrevivir en los principios de la historia de la humanidad. Muchos de estos orígenes se retiraron del plan, dejando que los seres que encarnaban, se extinguiesen de la faz del planeta. Sólo algunos, quizás los más fuertes físicamente, fueron los que a lo largo de los tiempos consiguieron perdurar.

Pese a todo y pese a que la vida les conducía a mezclarse entre ellos, una causa común, los seguía uniendo, esa no era otra que la negación al bien mayor de todo el reino.

El miedo a la muerte física apareció y consigo trajo un sentimiento, que hacía que el hombre se aferrara a Aia. Un gran esfuerzo interior se había logrado al descender de lo más elevado a lo denso de la manifestación. Aun así, todavía no se conocía el desenlace de aquel plan, que tantos eones costaría hacer brillar al cielo.

Ikarom, paseaba, aterido por el frío de la noche, una noche blanca, de plenilunio. Portaba en su zamarra, lo necesario y suficiente, como para sobrevivir unos cuantos días y otras tantas noches. Acudió ágil y con la certeza de que todo aquello que se tuviera que resolver, iba a tener una solución certera. La preocupación que se había instalado en el reinado, era de suficiente envergadura, como para actuar. Ikarom, lo tenía claro.

Cuando lo tuvo todo preparado, no dudó en actuar, tal y como había sentido. Sabía que algo fuerte se iba a desencadenar, tras su decisión, pero ésta era inapelable. Nunca antes lo había hecho. Sería la primera vez, que acudiría en persona, para que todo aquel que le intuía, esta vez lo pudiera ver. Limpió todas sus armas, no podía acudir con todo su poder, pues éste era tal, que podría convertirse en destructor. Alivió sus quehaceres y preparativos, mucho antes de que el sol despuntara, tras la cúspide de la Gran Montaña. Respiró profundamente agradecido, y acto seguido se lanzó al vacío.

Dirigió su proyección hacia el objetivo y así como lo deseó, el objetivo apareció ante él. Una gran lucha interna se abrió en ese instante, la densidad en la que se estaba sumergiendo, le provocaba que, a cada movimiento, perdiera algo vital de sí. Era como si la densidad le obligara a dejar de ser quien era, y eso era muy duro de aceptar. Gritó de dolor. Gritó, por todo aquello tan nuevo para su ser. Gritó de nuevo y gritando fue dejándose perder en aquella oscuridad que lo invadía todo. Su ser al completo se desgarró en el proceso de encarnación, y tal y como se fragmentó para soportar aquella lejanía y aquel lugar frio, se esfumó toda voluntad.

Tras este crudo episodio, no era capaz de recordar nada, sólo absoluta desesperación. Infinitas preguntas se abrieron en su mente, que sin medida ni control creó un caos interior difícil de soportar.

Toda belleza conocida, toda percepción, toda conciencia, se había quedado en un nimio recuerdo, que incluso le hacía dudar de si aquello había existido o no. El agotamiento de la lucha interna, lo extenuó. La situación era más poderosa que él mismo. Se quedó dormido como un niño desamparado. El sueño fue lo único que lo alivió. Se rindió a ello. Nunca antes había experimentado esa sensación. Ese estado le permitía acceder a un lugar en el que no existía esa densidad. Ahí se sentía libre y como hombre libre, lloró.

Al caer grandes lágrimas de sus ojos, alguien se compadeció. Sin dudarlo, lo recogió entre sus brazos y sin decir nada, lo acunó. Era Tiamat, pero para su sorpresa, su energía era maternal, era su madre. Cuando se hizo consciente de ello, su corazón se desbocó. No entendía qué estaba pasando.

Tiamat le sonrió y con su dulce sonrisa, quiso transmitirle que para conseguir el plan que ambos trazaron en esa otra dimensión, era necesario disponer del tiempo, ese y no otro sería el parámetro que les daría la posibilidad de madurar ambos hemisferios y alcanzar esa cohesión que los convertiría en un ser individual.

Entonces Ikarom le contestó:

A través del Tiempo nos encontraremos como uno, sin dejar de ser dos. Regresaré como un verdadero rey. Maduro y pletórico de amor y poder. Proyectaré mi ser en los confines cósmicos, y cada fractal de mí, portará este sentimiento de unión.

Tiamat, en su aspecto de madre, besó a su bebé. Ahora, encarnados ambos en Aia, podía hacerlo. Fue un beso de compromiso. Tras esa bella demostración de amor, le susurró:

—Te acompañaré. Seguiré todos tus pasos. Te hablaré tiernamente al oído, cuando agotado grites al tiempo que es tu enemigo. Velaré por ti, todos mis días y todas mis noches. No me agotaré, porque estoy hecha para resistir todo aquello que la experiencia me dote. Viviré por ti y para ti y sólo, únicamente me entregaré a ti, el día en el que el tiempo se agote y te devuelva libre de toda lucha y completo de quien verdaderamente eres.

Ikarom, tal y como un niño pequeño haría ante tanto amor, lloró desconsoladamente. Se abría la oportunidad que le daría sentido a todo el plan.

De repente, algo lo despertó, fue un fuerte golpe contra el suelo rocoso de la Gran Montaña, lo que le había devuelto a la realidad más elevada. Tras lanzarse al vacío, en todo aquel recorrido, había sido capaz de descender hasta dar con Tiamat, encarnando a su madre. Recordó el dolor, la negación, la desproyección, la inconsciencia de su verdad mayor. Reconoció por su propia experiencia que el camino de la encarnación, era un viaje extremadamente arduo, duro y frío. Comprendió que muchos orígenes no pudieran soportarlo.

Sólo le quedaba por hacer algo crucial. Acudir al ser creador a solicitar el beneplácito que le ayudaría a su universo a evolucionar, el tiempo. Tendría que presentarle el claro propósito y la finalidad. Sólo entonces, con total claridad, el ser creador decidiría.

Dedicó el resto de sus días a elaborar el plan del que surgiría la expresión de vida más hermosa que el cielo pudiera imaginar. Esbozó una gran sonrisa cuando terminó.

Creyó estar en lo cierto al juzgar, de que era el suyo, el plan más osado que se pudiera alguien plantear. Tuvo claro también, que el fallo, el error y el fracaso, eran una probabilidad. Ahora sólo tenía que ver como acataría el ser creador su diseño y planificación.

Con la fuerza de la intención anclada en su corazón, inició el largo camino que le llevaría a dar con el mismo creador. Hacía mucho que no acudía a él. Quizás más de lo que debiera. Deseó con todas sus fuerzas, no haber olvidado el camino que lo conducía al desierto en el que lo hallaría. Sólo en ese paraje intransitable, podría hablar con él. Oteó la cumbre, todavía quedaba un trecho, pero su voluntad estaba tan llena de amor que sabía, en su fuero interno, que no habría forma de hacerlo desistir en su intención.

Encontró una oculta cascada, brotaba una fuente de agua. Quiso probarla, la sed, lo provocaba. Al acercarse a la fuente, la imagen de Tiamat se posó en su retina.

Se giró rápido. Quizás ella estaba también allí. No pudo verla. Pese a su decepción, se recompuso. Recordó sus palabras.

—… Te acompañaré. Seguiré todos tus pasos…”

Entonces lo supo, supo que aquella fuente la había puesto ella. Nunca lo habría hecho, pero aquella vez sintió que tenía que hacerlo. En voz alta y clara gritó para que desde donde estuviera, lo escuchara:

—Sé que me acompañas. Te he visto en esta cascada. He bebido de tus aguas. Gracias. Sabré reconocerte, todos y cada uno de mis días.

La cascada de repente, aumentó profundamente su caudal de agua cristalina. Era la clara evidencia de que lo había escuchado. Ikarom, gritó y saltó de alegría y sin pensárselo, se desnudó y se bañó en la fuente, permitiéndole a las aguas que lo inundaran con su sabiduría. Tras el agradable baño, continuó su camino. El sol se puso. La luna, más blanca que nunca acudió en su ayuda, refrescando la noche y dando un respiro a su andadura.

Cuando a la mañana siguiente alcanzó la cumbre en la que se abría el desierto más extenso de todo el universo, se sintió aliviado. Aquel hecho era una buena señal. Transitó sobre sus arenas, sabiendo que en cualquier momento el ser creador iba a hacer aparición.

Cuando creyó que era el momento, se detuvo y bajo una palmera de dátiles, tomó asiento. Demandó al ser su presencia, y en el absoluto silencio y soledad de la noche, éste le habló.

Nadie supo de esa conversación.

©Joanna Escuder

Todos los textos registrados