
El Herrero, Tiamat y la Espada del Adalid – 2ª Parte
Tiznó de negro su rostro al tocarse la cara, con los dedos manchados por los restos del carbón del fuego, por las herramientas y por el metal con el que había estado trabajando aquel último día de agosto. Restos de material, que su padre había dejado abandonados, tras que hubiera acabado su jornada en la herrería. El muchacho, que ya iba para aprendiz, tenía un interés inusitado en el modelaje del hierro, de las aleaciones y de todo tipo de metales, incluso los más preciosos. Soñaba que cuando fuera mayor, y su padre fuera viejo, él crearía una herrería donde todo el trabajo fuera pura artesanía. Allí con el tiempo, además, podría crear un taller para todos aquellos artesanos que quisieran aprender sus técnicas, pues, él tenía su propia manera de hacer.
Su padre, que no se había vuelto a casar, tras morir su madre, estaba siempre triste, como si no hubiera nada que sanara su tristeza interior. Renat, se había criado en el taller, rodeado de piezas de hierro ardiendo, de humo y de la pena que su padre llevaba encima. Según sabía de sus propios labios, aunque nunca le dio demasiados detalles, el parto se complicó y ni la vecina, ni el doctor cuando llegó a la casa, consiguieron salvar a Darisa, su madre, quien falleció sin siquiera conocerle. Brenen, sujetó en brazos al bebé y desde aquel instante le juró a Dios que nunca le faltaría de nada y que sería él quien se ocuparía de todo. Besó en la frente al neonato, delante de la vecina y del doctor, como testigos de aquel pacto.
Y así había sido, Renat había crecido fuerte y sano, su padre se había encargado de ello. Según le contaba de vez en cuando Tessa, la vecina, Brenen lloraba por las noches cuando se metía solo en la cama, sus sollozos podían escucharse hasta en la casa de al lado, donde vivía ella.
Era lícito decir que Tessa le había echado una mano a Brenen siempre que había podido. Fue ella quien le había dado todos los consejos, cuando él no sabía cómo hacer algo. Sin embargo, estaba el marido de Tessa, un desquiciado y borracho tipejo, de nombre Balian, que parecía odiar al mundo entero. Eran muchos los que sospechaban que cuando regresaba a casa, la tomaba con su mujer y sin saberlo cierto, Renat, creía que además de serle infiel, le pegaba.
Estaba amaneciendo, era casi la hora en la que su padre comenzaba su jornada laboral. Con el rostro negro y con un fuerte olor a humo y hierro, delatando que había estado toda la noche trabajando, se escondió. Hacía mucho que deseaba hacer aquello y hoy, su último día de vacaciones, se iba a reír. Encogió su cuerpo entre un pequeño hueco que quedaba oculto entre la columna del final de la nave. Se quedó en silencio, su padre estaba a punto de entrar a trabajar. Quería sorprenderlo con la preciosa creación que había estado modelando toda la noche.
Silencio absoluto.
De repente, escuchó a su padre abrir la puerta de la nave. Se sorprendió, hablaba con alguien. Entraron ambos sigilosos en el taller. Sólo se escuchaba cuchichear, como si tramaran algo. Renat no los podía oír bien, estaban demasiado lejos y hablaban demasiado bajo. Se inquietó. Aquello no era normal. Le pareció reconocer la voz de Tessa. Si, era la vecina quien tramaba algo con Brenen. Era muy extraño. No encendieron siquiera las luces. Ella parecía muy nerviosa. Brenen la increpaba. Prestó mucha atención. Se estaban discutiendo.
Su padre se enfadó y alzando la voz, le dijo:
—No puede ser, Renat no querrá, él tiene aquí su vida, me odiará. No tengo argumentos, sólo un sueño. Deja de decir bobadas. Te he dicho que no puede ser.
Por lo que parecía, su padre le estaba ocultando algo. Seguía sin comprender nada. ¿A qué se refería cuando decía “no tengo argumentos”?
De nuevo bajaron la voz. Renat se estaba poniendo muy nervioso. Si su padre lo descubría allí escondido, no se quería imaginar qué podría ocurrir. Decidió enmudecer y hacer ver que él nunca había estado allí escuchando aquella conversación. Lo borraría de su cabeza para siempre.
En cuanto Tessa y su padre marcharan del taller, saldría de su escondrijo y se inventaría algo para justificarle a su padre aquella pieza de artesanía que había hecho un día para darle una sorpresa, aunque la sorpresa se la había llevado él.
Renat vacilaba, sin saber si su padre había visto la pieza artesanal que con tanto amor y ahínco había elaborado para darle una sorpresa. Tras el incidente de aquella mañana, no había osado mediar palabra, lo extraño era que su padre tampoco lo había hecho y la vecina Tessa, no había vuelto a aparecer por allí. Todo había quedado como un gran misterio.
Mientras en la herrería los días se sucedían entre un sepulcral silencio, tanto era así que Brenen no advirtió en ningún momento la pieza que Renat había hecho. Éste sin desear más que no importunar a su padre, la recuperó, recordó el baúl que su Abuela Esperanza le entregara a su madre Darisa y que Brenen le había entregado al no poder hacerlo su propia madre.
Hasta aquel instante, no se le había ocurrido ver el interior del baúl, al abrirlo, Renat encontró un precioso tejido bordado a mano, de delicada seda. Desenvolvió aquello que protegía y pesaba tanto. Para su sorpresa apareció una figura de piedra que parecía tener cara de mujer, a quien acompañaba una serpiente. Le pareció una obra de arte antiquísima, como si hubiera estado hecha para proteger algo de incalculable valor. El joven tuvo un escalofrío. Tener aquella figura en sus manos le producía una sensación de paz que casi podía decir que nunca había conocido. Con mucho cuidado la volvió a cubrir con la toquilla y la dejó de nuevo en el baúl. Vio que el baúl también guardaba un papiro, lo desplegó. Era muy extraño. Había dibujos, trazos, cálculos, no entendió nada. Lo volvió a enrollar y lo dejó de nuevo en su lugar. Puso también la pieza de artesanía que había ignorado su padre y cerró con llave, guardándosela muy bien guardada. Algún día aquella pieza tendría un destinatario. Pero eso sería algún día…
Ese día mientras padre e hijo trabajaban en silencio, cada uno concentrado en su quehacer, entró en el taller un anciano de densa barba, con aire de pirata. Su tez estaba marchitada por el sol y sus manos arrugadas delataban una avanzada edad.
—¿Es usted el herrero…? — preguntó, dirigiéndose a Brenen.
—Si, dígame, ¿qué le trae por mi taller…? — dijo el herrero sin abandonar lo que estaba haciendo, como si aquel señor le estuviera importunando.
—Tengo un encargo para usted, es importante. ¿Me atiende…?
—Sí, claro, ¿de qué se trata…? — se interesó, dirigiéndose hacia el anciano en señal de atención.
—Necesito un profesional con agallas para realizar un trabajo de envergadura. Pago bien y soy generoso.
Brenen se quedó extrañado por aquella petición, le pareció una oportunidad para remontar el trabajo en el taller y no se lo pensó.
—Yo soy un profesional, creo que tengo agallas para realizar cualquier trabajo que se me presente y si encima está bien pagado, no tengo duda en aceptarlo — le contestó dejando claro su interés y mirando a su hijo en señal de aprobación por lo dicho.
Renat miraba a su padre algo temeroso, era importante para él realizar trabajos en los que pudiera lucirse, pero no más importante que trabajar con decoro, calidad y elegancia. El hijo supo al momento que aquel anciano traía consigo un gran cambio en la vida de ambos. Estaba claro que lo que a partir de entonces sucediera, iba a ser nuevo. Renat lo cogería con esperanza. Se sintió ilusionado.
Se encontraban en alta mar, rodeados de marineros que gritaban todos a una, blandiendo sendos remos, garantizando una navegación rápida y segura. El Capitán, el anciano de manos viejas y tez corroída, llevaba el timón mientras tarareaba una horrible canción de maleantes, cuyo estribillo acompañaban el resto de la tripulación. Brenen y Renat, se entretenían trazando los planos del proyecto que les habían encargado realizar, y que comportaba tener que trasladarse hasta la costa norte de américa.
En pocos días habían dejado todo solucionado en su casa. Se llevaron consigo sus pertenencias, mientras Tessa se encargaría de vender la casa y el taller. Surcaban el mar con dos baúles, uno el que contenía lo más preciado de ambos y otro el de la Abuela Esperanza, el mismo que había pasado de generación en generación. Renat estaba tranquilo, la pieza que un día elaborara para su padre, venía en el baúl, algún día se la entregaría a alguien en señal de amor. Nadie más que él sabía de aquella pieza, ni de su valor ni de su belleza. Nadie sabía que había sido labrada con oro en una herrería por un aprendiz de herrero, que no pudo compartir con su padre su obra de arte.
El misterio que guardaban Tessa y su padre, se había quedado sellado en sus respectivos labios. Renat, no quería continuar haciendo elucubraciones absurdas, así decidió olvidarse del tema y concentrarse en lo verdaderamente importante.
Entre estribillo y estribillo, padre e hijo comentaban la estructura que tenían que preparar para crear los puntos de refuerzo del casco de una nave, que consiguiera flotar, una vez forrada de tablones de madera. Se trataba de una combinación entre el metal y la fusta, de forma que se pudiera botar un barco de envergadura suficiente como para llevar mercancías. Ese era el proyecto del anciano. No quería morir sin haber conseguido cruzar de costa a costa, llevando en su nave mercancías que de otro modo no podían llegar al otro lado. Los mercaderes con los que se había topado a lo largo de su vida, siempre se quejaban de lo mismo. Su gran frontera era el mar y si alguien conseguía salvar esa frontera, todo podría llegar entre orillas. El anciano siempre había soñado en diseñar una nave gigante, lo suficientemente grande como para conseguir que el intercambio de mercancía entre orillas, fuera una garantía de riqueza para todos los interesados. Soñaba, pero nunca había dado con nadie, hasta que una señora de especial belleza, hablaba a otra sobre las poderosas posibilidades que su vecino el herrero tenía de tener éxito, si se lo propusiera.
—¿Hay un buen herrero por aquí…? — le había preguntado.
—Si, el mejor sin lugar a dudas — le había contestado.
Tessa había sido quien había recomendado al pirata la profesionalidad de Brenen el herrero y de Renat su hijo y aprendiz. Tessa y Brenen habían conspirado sobre la decisión de abandonar la casa familiar y el taller, en beneficio de aquel osado proyecto, a espaldas y sin contar con la opinión de Renat, quien se lo había encontrado todo hecho. Habiendo aceptado a dejarlo todo por lo que más le interesaba a su padre y a aquel desconocido marinero.
Para infelicidad de todos, el navío no era una cosa fácil de fabricar, la estructura contenía en su diseño mucha métrica y mucha exactitud en todo su proceso de elaboración. La fortaleza del navío sólo iba a poderse ver tras que lograra hacer la primera travesía sin problemas. Iba a ser un gran riesgo para toda la tripulación, confiar en que la nave no iba a destruirse al menor contratiempo. Para los polizones aquella aventura era inusual, no tenían miedo, eran piratas de ultramar que sólo deseaban ganar mucho dinero, les importaba más eso que cualquier posible riesgo. Así que no dudaron en convertirse en la tripulación del mayor navío conocido hasta el momento.
Aquel primer día de abril, el barco estuvo listo para ser botado. Se hizo una importante celebración, bautizándolo con el nombre del Ogro de Ultramar, todos bebieron hasta reventar, lanzando vítores por las ganas que tenían de iniciar la navegación, y comenzar a transportar la mercancía entre orillas. Se iban a hacer inmensamente ricos haciendo, además lo que más les gustaba, navegar.
Aquella tarde, al atardecer, el capitán, su tripulación, así como los herreros, subieron a la nave. El cargamento estaba bien asegurado. Las bodegas estaban repletas de víveres y de todo lo necesario para sobrevivir en alta mar durante los días que durara el trayecto. En el puerto, multitud de personas saludaban a la tripulación, deseándoles todo el éxito. Los marineros ocuparon cada uno su lugar y como una sola voz, comenzaron a cantar la canción de los maleantes, cuyo estribillo se podía escuchar hasta en las casas más alejadas del pueblo:
Viajaremos libres, viajaremos solos, viajaremos entre mundos,
por esas calles sin aceras, sólo hechas de agua, donde lo más oculto,
se escribe en el fondo del océano.
Viajaremos ebrios, viajaremos como lobos, viajaremos bajo un cielo,
donde sólo las estrellas sabrán donde estamos,
y cuando una voz de sirena, nos cante que ya estamos llegando,
encontraremos tierra, en la que dejar nuestro rastro.
Tomaremos a sus mujeres, cogeremos sus riquezas, beberemos hasta saciarnos, para embarcarnos de nuevo, en busca de un nuevo puerto.
Brenen y Renat, escuchaban, pero no acompañaban el estribillo, pues les parecía soez, mezquino y un cúmulo de estupideces en boca de aquellos fachosos marineros de poca monta, con los que iban a tener que compartir el viaje más peligroso de sus vidas. La vida los sometía a un acto de fe en sus propias habilidades como profesionales del arte de la herrería. Tenían que creer que la nave no se hundiría, ocurriera lo que ocurriera durante la travesía. En ese viaje se jugaban su prestigio, el sueño del capitán y la posibilidad de unir mundos, pese a que tendrían que correr con el riesgo de convivir con una pandilla de interesados, avariciosos y mezquinos marineros, con quienes no tenían nada que ver. El viaje iba a ser duro. Sus vidas dependían de ello, de su capacidad de comprender, apreciar y estimar sus propias habilidades puestas en el mundo.
¿Sabrían hacerlo…? — se preguntó Brenen en secreto, mientras intuía que al capitán sólo le importaba cumplir su sueño y no era capaz de ver los riesgos. Al herrero también le preocupaba su hijo, sin su consentimiento lo había enfrascado en aquella aventura. De alguna manera le había obligado a seguirlo, sin siquiera preguntarle si estaba de acuerdo. Brenen, se entristeció de nuevo, la tristeza interna afloró. La incertidumbre por el fracaso o el éxito, lo oscureció. Miró a Renat, él sonreía, saludando a quienes les saludaban desde el pantalán del puerto. Le calmó su corazón ver la sonrisa de Renat mientras la nave se separaba de tierra firme. Agradeció aquel instante, pues le dio paz a su corazón y a sus remordimientos.
Un macilento colchón lleno de piojos, manchas de alcohol e incrustaciones varias, era el incómodo lugar en el que Brenen y Renat habían conseguido dormir durante las largas noches en aquel barco que ellos mismos diseñaran. Subidos a bordo y despreciados por todos, por no compartir con la tripulación sus momentos de ocio, padre e hijo deseaban alcanzar puerto con el único objetivo de desembarcar pronto. Deseaban asearse como es debido, tomar una deliciosa comida y alejarse por unos días de aquella algarabía constante, pues cuando uno gritaba, el otro le respondía a un tiempo que otro cantaba y otro insultaba para buscar pelea. La vida en el barco se estaba convirtiendo en un tormento para ambos. El Capitán iba a cumplir su sueño a costa de la amargura de Brenen y Renat.
Un buen día el hijo quiso proponerle algo a su padre, como muestra de su capacidad para crear nuevas posibilidades. Al padre le pareció la propuesta de tal ingenuidad, que tachó a Renat de estúpido y regresó a su camarote para seguir lamentándose por la vida que había elegido. En el padre había una gran culpabilidad por haberle usurpado a su hijo la posibilidad de elegir su propio destino, sin además siquiera consultarle. A Renat no parecía afectarle, pero en el padre afloraban verdaderos remordimientos.
Renat no se tomó bien el juicio de su padre, cuando creyó estúpida su idea de lanzarse al agua sin ser vistos, explorar el océano hasta dar con tierra firme, e instalarse de nuevo en otro lugar hasta que pudieran regresar a casa. Lo que no sabía Renat era que Tessa se había encargado de vender sus propiedades y que no tenían nada en ningún lugar que los atara. Eran hombres libres para vivir cuando, como y donde quisieran.
—Pero padre, tienes que escucharme, lo que te digo no es ninguna locura. Podemos abandonar el barco y nadar hasta la primera isla. Lo haremos de noche. Cogeremos el baúl y a oscuras nadaremos cuando el barco ya no pueda recogernos. Nadie lo sabrá, sólo tú y yo.
—No tienes derecho a llevarme contigo a donde tú quieras, por miedo a no sobrevivir con esta pandilla de energúmenos, que sólo saben que robar, invadir, violar, sin preguntar. He tomado un compromiso y quiero cumplirlo. Voy a viajar en nuestro barco hasta alcanzar la orilla que estamos buscando.
—No quería decirlo, pero me obligas a ello. Estoy aquí contigo por obligación y no por decisión. Hasta ahora mismo nunca te lo había dicho, he venido contigo de buen grado. He confiado en tu decisión, aunque me la ocultaste. He querido acompañarte en la creación de este navío. Lo que querías, ya lo tienes, ahora ya sabes que el barco es fuerte como para conducir a esta pandilla de vándalos, surcando mares sin que las mareas ni las tempestades sean un condicionante en la navegación. Las mercancías llegan puntualmente a sus dueños, pero cada vez que atracamos en puerto, cientos de personas son víctimas del vandalismo del pirateo. Nosotros no somos de ese calibre. Nuestra función ya ha terminado. Si buscas los vítores, estás acabado. Si buscas el reconocimiento, estás dependiendo de la opinión del otro. Si buscas el éxito, que sepas que no existe, la única victoria es vivir la vida que te hace feliz y desde que nací tú siempre estás triste…
Renat observaba la congoja de su padre, que después de aquella confesión había bajado la mirada al suelo y asqueado de dormir en aquel colchón y de todo lo que aquel viaje representaba, se levantó, atrajo a su hijo hacia sí, y por primera vez, lo abrazó. Abrazados padre e hijo, supieron que había llegado el momento de abandonar el barco pirata para siempre jamás.
No hacía falta esperar un día más, lo harían en ese momento. Renat esperó el momento oportuno. Podía distinguirse tierra a escasas leguas. Se había hecho con un ancla para marcar el punto exacto en el que se habían lanzado al mar, al otro extremo del ancla, colocó una barrica vacía a modo de señal flotante. Todo estaba en silencio. Dormían. Roncaban ebrios de la juerga que cada día vivían, sin enterarse de lo que en los demás provocaban sus impulsos más primitivos. Brenen sintió el rechazo, fue fiel a aquel sentimiento y sin más esperó a que su hijo le indicara cual era el momento de saltar por la borda. Renat lanzó el ancla y se aseguró de que se había anclado correctamente, mientras observaba como la barrica emergía del agua y quedaba flotando como si fuera a la deriva, aunque lo que hacía era describir ligeros movimientos que siempre mantenían el centro, el punto en el que se hallaba el ancla. Miró a su padre para indicarle que era el momento de saltar. Lo hizo. Se escuchó una leve salpicadura. No ocurrió nada. Nadie se alertó. Entonces Renat lanzó su baúl, aquel que le había legado su familia. El baúl se hundiría, pero luego bajarían a recuperarlo. Saltó. Sintió el helor del océano negro, sin luz, sólo acompañados por un cielo nublado, que lo cegaba todo, protegiéndoles de la tripulación. Padre e hijo vieron cómo se alejaba el barco, el navío que entre ambos construyeran con su tecnología y sus manos, el navío de mercancías más grande que existía. Ninguno de ellos lloró. Ninguno se lamentó. Sólo se podía escuchar el esotérico silencio que a aquella situación los acompañaba. Cuando Renat tuvo claro que el barco se hallaba a suficiente distancia como para ya nadie poder distinguirlos, escrutó la dirección hacia la orilla y ordenándole a su padre que nadara tras él, se alejaron de la barrica. En otro momento regresaría a buscar el baúl, seguro de que lo recuperaría.
Tardaron toda la noche en alcanzar la playa, pues cuando lograron poner los pies en la arena ya era de día. Sintieron el alivio de aquella tierra y como podría ser su nueva vida, en aquel islote alejado de todo lo que conocían. Padre e hijo se miraron de frente. Era quizás la primera vez que lo hacían. Los ojos del padre se iluminaron, alegres por haber confiado en su hijo. Los ojos de Renat sonrieron, había conseguido por vez primera sentir que su padre no se moría de pena. Era cierto que comenzar de nuevo era toda una aventura, pero no había otro remedio sino querían morir en su propia locura, sin tener alma de marineros.
Se fundieron en un abrazo y así abrazados siendo uno hicieron un sagrado pacto, a partir de aquel momento vivirían sabiendo que lo nuevo era una oportunidad de crecimiento. Así, unidos, aceptaron el reto.
La playa estaba desierta de vida, unas elevadas palmeras azotadas por el aire marino, intuían tormenta. Renat y Brenen, estaban exhaustos, pese a ello, buscaron cobijo, dirigiéndose isla adentro. Renat no cesaba de buscar la barrica flotante a lo lejos, la que le indicaba donde se hallaba el baúl que guardaba desde la infancia y que había sido legado entre generaciones. Ni su madre ni su abuela llegaron a saber, cuantas generaciones separaban aquel baúl de Renat. Imposible. Incontable. Extraviarlo sería una falta de responsabilidad. Sería él el primero en romper la cadena del legado que denominaba El Camino de Tiamat. Esto era lo único que le había dicho Brenen que decía siempre la generosa Darisa, madre de Renat.
- Padre, El Camino de Tiamat se truncará sino recuperamos el baúl. No soy capaz de ver la barrica. La tormenta la puede destrozar y si perdemos la señal, será imposible dar con él.
- Confiemos en que eso no ocurrirá. Confiemos, si el baúl llegó hasta tus manos, existe una importante razón, vamos a confiar en que la descubriremos y en que El Camino de Tiamat no se interrumpe por esta decisión. Mañana regresaremos a la playa y buscaremos la barrica.
En el fondo de su corazón Brenen estaba dando el baúl por perdido. Era muy improbable que la barrica soportase una tormenta como la que se intuía. Imposible. Y si no había barrica, no había ninguna referencia. Sería inútil rastrear el fondo del océano. Este presentimiento, lo mantuvo en silencio, pues había algo más, algo que Darisa, decía a menudo:
- Cuando mi abuela me entregó el baúl me dejó algo muy claro: Si algún descendiente interrumpe El Camino de Tiamat es porque algo muy oscuro está acechándole. Algo que le reportará la necesidad clara de elegir si es eso en realidad lo que desea vivir. si recupera el baúl, la oscuridad se desvanecerá. Si lo extravía para siempre… Nadie sabe aún que podría ocurrir, no ha sucedido jamás. Un día el baúl llegará a las manos de alguien que sabrá interpretar el mensaje que se esconde en el pairo que acompaña a la Diosa. Pero ese día todavía no ha llegado – le había explicado su mujer.
Brenen, había olvidado decirle aquello a su hijo. No recordó en ningún momento que dentro del baúl existía también un papiro, Brenen, jamás osó abrir el baúl, no era para él, era para su hijo. Nunca creyó que sería él quien podría interrumpir El Camino de Tiamat. Mientras Darisa vivió, la escuchó hablar de Tiamat como si hablara de alguien conocido y cercano, incluso familiar. En ocasiones le hacía burla por su ahínco y fidelidad a la tal Tiamat. Brenen tenía que decir que no se ocupó demasiado en conocer a la tal Tiamat. Según Darisa le supo explicar: Tiamat lo es todo, es todo porque es Tiamat. Es quién sabe lo que se origina en tu mente cuando tu corazón no dice la verdad y también es quien sabe lo que tu corazón siente cuando tu mente no lo quiere escuchar. Tiamat es la que sabe, la que traduce lo que en tus vísceras vivirás. Es una gran bruja, es una maga, es la diosa de la verdad.
—¡Padre! ¿Qué ocurre…? Estás extraño — afirmó Renat escrutando la mirada perdida en el pasado de su progenitor.
—Lo siento hijo, lo siento, me estaba acordando de tu madre — le confesó.
No era habitual que Brenen le hablara a Renat de Darisa, más bien todo lo contrario. El padre había estado evitando siempre compartir con su hijo como era su madre, lo mucho que deseaba tenerlo entre sus brazos y lo alegre que siempre era con todos. Desde que ella muriera, la tristeza se había apoderado de Brenen no permitiéndose disfrutar de la vida. Respiró profundo sintiendo el dolor que la muerte de Darisa aún le provocaba y sin más decidió que aquel día iba a transformar su negativa actitud.
Renat seguía adentrándose hacia el interior de la isla. Parecía un lugar deshabitado. Siquiera se habían cruzado con vida animal.
—¡Renat! — detuvo Brenen a su hijo sujetándole por la mano — espera, quiero hablarte de tu madre, quiero que sepas más de ella. Quiero que la conozcas mejor. Quiero explicarte muchas cosas, las que nunca te dije por miedo al dolor.
—Gracias padre, lo necesito. Necesito saber más de mi madre, para mí es una desconocida. No le pongo cara, no le pongo manos, ni corazón, ni nada. Lo único que tengo de ella es el baúl. Se me parte el corazón imaginándome que lo extraviaré — se sinceró Renat, con los ojos llenos de lágrimas — por favor, háblame de Darisa.
Renat y Brenen hacía ya mucho que llevaban una nueva vida en aquella desconocida orilla, donde un buen día decidieron desembarcar. Habían vuelto a construir una herrería, gracias a muchas horas de trabajo y a la ayuda y recibimiento que les hizo aquella gente del pueblo. Azotados por la necesidad, habían trabajado día y noche sin descansar, exhaustos, sabían que había valido la pena, ahora tenían lo suficiente como para volver a crear el taller.
Renat y su padre mantenían una relación muy diferente, eran cómplices, ninguno le ocultaba al otro nada. Hablaban claramente de lo que sentían sin juicio ni reparo. Darisa, se había incluido en sus vidas como lo que era, un familiar que ya no estaba con ellos, pero del que se compartían anécdotas y se recordaban momentos dignos de comentar.
Renat, cuando observaba a su padre, ya no le veía la tristeza, era como si en su interior se hubiera producido un cambio de rumbo de sus emociones, tan grande que ya no era aquel hombre de mirada triste. Había liberado su dolor y con ello toda su tristeza. Se podía decir que Brenen era un hombre nuevo. En cambio, Renat llevaba una espina dentro. Nunca encontró el baúl. Regresó a la playa durante semanas, todos los días. Tras la tormenta de aquel día, la barrica de señuelo había quedado destrozada por la marea. No había ni rastro del lugar en el que desembarcaron.
El día que lo dio por perdido, gritó al cielo pidiendo perdón a sus ancestros. Gritó como nunca nadie había gritado jamás. Sintió la laceración de aquel desencuentro con la imagen de aquella figura grabada en piedra desde la antigüedad. Supo que de algún modo había recuperado a su madre, pero había perdido algo mucho más interior. El saberse alejado de ella lo sucumbió en un vacío que no sabía cómo iba a llenar a partir de aquel instante.
Después de haber nadado y buceado sin resultado, se quedó sentado en la orilla contemplando el oleaje.
Vivió la nueva pérdida y recordó una sola palabra: confianza.
La muerte de su padre Brenen le cogió desprevenido. Su padre en ningún momento se había quejado de nada. No estaba enfermo. No había sido un accidente. No había sido ni nostalgia, ni tristeza ni dolor. Pero aquella mañana, cuando se dirigió a desayunar, como todos los días hacían, no acudió. Esperó un buen rato y nada, seguía sin acudir. Finalmente, comenzándose a alarmar, acudió a su habitación. Fue así como Renat encontró a su padre, muerto en la cama, sin más. Sin explicación aparente.
Los médicos dijeron que había sido un ataque al corazón, tan violento y fuerte que nada lo hubiera salvado. Sin embargo, su rostro conservaba una mueca de felicidad, como si se hubiera ido tranquilo, en su momento, bien acompañado de quien fuera que lo había venido a buscar.
Renat lloró además la muerte del herrero, de aquel padre que se lo había enseñado todo, en quien siempre confió, incluso cuando engañado, lo llevó a vivir algo que nunca eligió. La aventura que ambos tuvieran en el barco pirata, había sido una gran lección, de lo que provoca la ambición de un capitán que deseaba ver cumplidos sus sueños, a pesar de todo lo que conllevaba su decisión. Para Brenen saber que era el creador del primer barco de mercancías más grande de la historia de la navegación, le suponía tal reconocimiento profesional que no había modo de que en mucho tiempo alguien olvidara aquella empresa. El coste había sido muy elevado, había tenido que dejar su casa y el taller en el que se entrenó cada día. Había sacrificado una posible relación de amor con Tessa, la vecina que se ocupó de animarlo en aquella aventura. Había sacrificado la voluntad de su hijo, sustituyéndola por la suya. Había vivido descubriendo lo que aquellos terribles piratas, sólo por dinero, les hacían a todos, cada vez que su barco atracaba en un nuevo puerto. Su horror llegó a ser tan grande que no podía soportarlo, tanto que comenzó a perder su propia voluntad en favor de aquel Capitán que estaba comenzado a hacer de él, lo que quería en todo momento. Cuando Brenen se sintió un monigote en aquel barco, fue Renat quien había preparado el desembarque.
Renat acariciaba la mano del fallecido, recordando esos episodios, agradecido de todo lo vivido y sobre todo de todo lo aprendido. Brenen era un gran padre, un padre que no cambiaría por nadie.
La herrería funcionaba perfectamente, en aquella localidad, ya se habían acostumbrado a lo curioso de lo artesano de trabajar de aquel herrero, a quien todos denominaban, el inventor, pues constantemente estaba diseñando herramientas para dar solución rápida a sistemas, máquinas, poleas, carruajes, etc., que precisaban de una visión clara de cómo mejorar un mecanismo. Paralelamente, Renat también confeccionaba piezas de artesanía, su nueva modalidad era hacer copas para la nobleza. Se trataba de un diseño artesanal de gran valor, pues el cuerpo de la copa, estaba labrado a mano con escenas cotidianas, y el pie estaba decorado con la emulación de ser el tronco de un árbol. Renat había tenido un gran éxito con el diseño de copas. Ahora le pedían también cuberterías, cacharrería para la cocina, incluso joyas.
Pensó en no expandir el negocio por dinero, sino en trabajar disfrutando cada día de lo que hacía y hacerlo lo mejor que sabía. Aquella decisión le había dado paz. No había ambición de crecer económicamente, pero sí de evolucionar su creatividad. Era un sueño, sacar a la luz al artesano que llevaba dentro, aunque eso no le hiciera rico, pues su abundancia era ser fiel a sí mismo y no cumplir las exigencias de un mundo sin escrúpulos. Había tenido la experiencia de la vida pirata, de quienes se lucran mercadeando sin aportar nada. No le interesaba eso, le interesaba conocerse mejor en sus cualidades como herrero.
Había comenzado a sentir paz por la pérdida del baúl. Desde que su creatividad saliera a la luz, algo en su interior le hizo confiar en que lo recuperaría si así tenía que ser. Sentía confianza en la vida, porque él había aprendido a confiar en ella. Tenía claro que aquella dosis de fe que había volcado después de la muerte de Brenen, había sido la solución.
Desde hacía unos años, había decidido que regresaría a la orilla de aquella playa, el mismo día del aniversario de la muerte de su padre. Era un pequeño homenaje que le quería regalar a quien fuera su referente.
Así todos los octavos días de abril, cuando la primavera estaba despuntando, Renat se sentaba en el punto exacto en el que su padre y él pisaran tierra y oteaba el horizonte hablando con él. En ese momento de intimidad, le explicaba todo lo que hacía, como estaba la herrería, su actividad, sus nuevas técnicas, sus nuevas creaciones, todo lo que había estado ocurriendo aquel año atrás.
A veces la comunicación era tan intensa, que creía que su padre le contestaba desde el más allá. Entonces, cuando todo se hacía tan real, se asustaba, abría los ojos y se reía de sí mismo.
Aquel ocho de abril, fue diferente. Le habló a su padre de las copas con pie de árbol y de los encargos que tenía pendientes, pero una inquietud interior lo estaba haciendo vivir aquella conexión de forma diferente. Aquel día podría casi con seguridad asegurar que su padre estaba haciéndole compañía, era tan real, que no quería abrir los ojos para perdérselo. Decidió vivir la experiencia transpersonal. Deseaba tanto saber de él…
Cuando consiguió superar el miedo, se tranquilizó. Respiró profundo. Escuchó el murmullo del oleaje y entonces lo escuchó claramente. Era Brenen.
- Hijo, camina por la orilla, en dirección a la puesta de sol – dijo – no te detengas, vamos, camina, ves en esa dirección.
Y tal y como dijo aquello, desapareció. Todo regresó a la realidad. El halo que lo había envuelto se había esfumado. Recordó las palabras que acababa de escuchar. Habían sido altas y claras. No tenía modo de hacer ver que aquello no había sucedido, se acordaba:
- Hijo, camina por la orilla, en dirección a la puesta de sol – dijo – no te detengas, vamos, camina, ves en esa dirección.
Mientras repetía el mensaje, se levantó de la arena y se dirigió hacia la orilla y hacia donde se ponía el sol. No entendía qué era lo que tendría que ocurrir, pero siguió los pasos de su padre, como siempre lo había hecho, siempre confió en su intuición.
Tras llevar un buen rato caminando atento a lo que podría ocurrir y sin por el momento dar con nada que llamara su atención, se detuvo para contemplar la puesta de sol. El gran astro comenzaba a descender. El cielo estaba limpio de nubes. El cielo comenzaba a teñirse de anaranjados. La luz era impresionante. Inquietante. Se sintió algo nervioso.
De repente una voz se dirigió a él:
- ¿Por favor, caballero, puede ayudarme…?
Se trataba de una joven preciosa, de mirada sonriente, que esperaba a que Renat reaccionara a su petición.
- Es que pesa mucho – aclaró, mientras intentaba sacar del mar un enorme bulto cubierto por algas que ocultaban lo que era.
- Sí, claro, perdone.
Dando fuertes tirones, entre ambos sacaron el bulto del agua. Renat estaba impactado. Sospechó algo, pero no osó decir nada. Esperó. Miró el bulto y volvió a esperar. Aquella chica era…
- Perdone usted, no me he presentado, soy Hanna.
- Mucho gusto, yo soy Renat, el herrero – atinó a decir algo tímido —.
Para Renat aquel contacto con aquella mujer, significaba la primera vez en que se olvidaba de él mismo y de su trabajo para relacionarse con una chica.
No tenía experiencia en ello. Siempre al lado de su padre, imitándolo, solitario, lejos de pensar en mantener una relación de pareja.
- ¡Ah! ¡Herrero! Además de herrero eres interesante – exclamó volviendo a sonreírle y provocando que Renat se ruborizara.
- Puedo preguntarte ¿qué es…? – dijo, señalando el bulto.
- Pues no tengo idea. Estaba dándome un baño y he dado con este bulto. He decidido sacarlo del agua y entonces has aparecido tú, como si fueras un enviado.
Renat dio un respingo, Hanna acababa de expresar una verdad, así había sido, él era un enviado. ¿Y ella como lo había adivinado…? Se puso nervioso.
- Sí, yo también paseaba. Vengo aquí todos los años, el día del aniversario de la muerte de mi padre.
Le hubiera dicho la verdad, pero se lo pensó mejor y decidió que no.
- ¿Hace mucho que murió…?
- Si ya hace cinco años… — balbuceó.
Renat seguía intranquilo, algo intimidado por aquella conversación con una extraña. No tenía el hábito de relacionarse con mujeres de verdad. La feminidad de Hanna era todo un descubrimiento que lo hacía sentir cohibido.
- ¿Vas a mirar qué es…? – desvió la conversación, señalando de nuevo el bulto.
- Sí, claro. Ayúdame a limpiar las algas. Alguien desde alguna embarcación debió perderlo y ahora el mar lo ha escupido. Nunca sabremos quién es su dueño.
Dicho lo cual Renat tembló. Fue tan fuerte su temblor que Hanna lo advirtió.
- ¿Qué te ocurre? Estás temblando. ¿Pasa algo…?
- Verás si, pasa que creo que es posible que este bulto sea el baúl que perdí cuando desembarqué en esta orilla – le confesó a Hanna.
No podía perder la ocasión de que en caso de que así fuera, ella no le creyera. Tenía que decirle lo que había dentro antes de que fuera abierto. Sólo así ella tendría la certeza de que él era el dueño.
- ¡No me lo puedo creer! ¿Perdiste un baúl y yo lo he encontrado y justo cuando necesito ayuda para sacarlo del agua, apareces…? ¿Es una broma…? – lo interrogó como si comenzara a desconfiar de él.
- No, no es ninguna broma, es así. Déjame que te diga cómo es el baúl que perdí y lo que contiene. Entonces liberamos el bulto de las algas y lo abrimos, y comprobamos si es el mío. Quizás estoy equivocado.
- De acuerdo – dijo Hanna, poniéndose rápida en la labor de liberar el bulto de toda aquella vida vegetal.
Entre las algas, se habían incrustado infinitud de crustáceos, con lo que les dificultó la labor. Al tiempo que limpiaban, Renat le explicó a Hanna cómo era el baúl. Le habló y describió a la perfección tanto el tejido de seda bordado a mano, como la figura femenina que envolvía, así como el papiro que contenía unos ininteligibles planos. Le narró su historia, la de su padre y la del origen de aquella alhaja. La joven lo escuchaba atenta y muy interesada. Estaba deseosa también de saber si ella había sido la rescatadora de la herencia del herrero.
- Me fascina tu historia – le había dicho.
El baúl, por fin quedó a la vista. Era tal y como Renat lo había descrito, las mismas incrustaciones metálicas en el herraje, la palanca de la cerradura, todo. Renat sacó la llave que siempre conservó consigo y sin alargar más la expectación, la introdujo, giró y abrió la tapa. Todo estaba exactamente igual que como lo dejara la última vez.
Renat sostenía entre sus manos el papiro con los planos, inscripciones, apuntes y comentarios que se encontraban en el baúl intactos. Para su sorpresa podía comprenderlos a la perfección. Recordaba perfectamente como la primera vez que vio aquello no entendió nada, en cambio, sin saber que estaba pasando, era capaz de observar aquel increíble diseño de espada y tener la certeza de que era la espada más perfecta que existía. Tenía muy claro cómo hacerla. Se pondría a ello aquel mismo día. Se emocionó. Miró a aquella joven. Ella había cogido el bulto envuelto en el tejido bordado. Lo desenvolvía con cautela, como si supiera que podría romperse. Descubrió la piedra. Lloró. Pasó sus dedos sobre el rostro de la mujer más arcaica del planeta. Lo supo.
- ¡Es Tiamat! – confesó.
- ¿Tiamat…? ¿Es ella Tiamat…? ¿Es por ella lo del Camino de Tiamat…?
- ¿Cómo tenías tú esta pieza…? ¿De dónde la has sacado? – preguntó muy sorprendida.
- Es un legado familiar. Me llegó a través de mi madre Darisa, a quién se lo entregó mi Abuela Esperanza.
- ¿Cómo…? – preguntó totalmente anonadada la chica.
- Si, así fue, es por ello por lo que no salgo de mi asombro. Cuando te he visto ahí, arrastrando el baúl fuera del mar, no me lo podía creer, llevo años deseando recuperarlo. Sabía que era importante.
- Si, lo es. Sabes… Conozco muy bien a Tiamat.
- ¿Quién es…? Siempre tuve mucha curiosidad.
- Es la diosa que representa toda la experiencia de cada uno de los seres humanos de este planeta en toda su historia. No existe nadie más antigua que ella. La conozco muy bien. Siempre sueño que un buen día la custodié para que unos ladrones no borraran su nombre de la faz de la tierra. Sueño que sacrifiqué mi vida para garantizar que su historia no se iba jamás a perder.
- Sabes… siento que todo esto servirá para algo. Que los ancestros sabían lo que se hacían. Si pudieran vernos, sabrían que lo consiguieron. Lograron que su sabiduría llegara hasta nuestros días. Eligieron vivir y no estar eternamente sobreviviendo cuando el mundo te hace creer que sólo así saldrás ileso. Ahora sabemos que no es cierto.
Hanna y Renat se quedaron sentados en aquella mágica playa, en cuya orilla se hallaba el busto de la diosa Tiamat, quien había viajado a través del tiempo para que quienes con ojos ciertos y el corazón abierto, quisiera volver a empezar, sin olvidar que la esperanza y la fe son las armas que le harán bien.
La Espada del Adalid así lo había mostrado. Por fin el herrero, conocía que errando se herraba lo que para su vida era necesario.
Hanna había cerrado los ojos y tras un largo silencio pronunció:
- Parein, astadi, mekbasaradi – bienvenida, amada, recién llegada.
De repente, Renat recordó algo, en aquel baúl también se hallaba la pieza que elaboró con todo su amor en sus inicios como aprendiz de herrero, con la que quiso sorprender a su padre.
Miró a Hanna. Cogió la joya. Sujetó su mano y sin más le dijo:
- Ahora sé a quién estaba destinada. Es para ti.
La chica se enamoró de aquel joven, mientras Renat colocaba en su dedo el anillo más precioso que jamás hubiera podido hacer un herrero.
Todo, tan sólo acababa de comenzar…
©Joanna Escuder

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